Cristo narró la parábola de la moneda perdida después de haber presentado la parábola de la oveja perdida diciendo: “¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si perdiere una dracma no enciende el candil y barre la casa, y busca con diligencia hasta hallarla?”
En el Oriente, las casas de los pobres por lo general consistían en una sola habitación, con frecuencia sin ventanas y oscura. Raras veces se barría la pieza, y una moneda al caer al suelo quedaba rápidamente cubierta por el polvo y la basura. Aun de día, para poderla encontrar, debía encenderse una vela y barrerse diligentemente la casa.
La dote matrimonial de la esposa consistía por lo general en monedas que ella preservaba cuidadosamente como su posesión más querida, para transmitirla a sus hijas. La pérdida de una de esas monedas era considerada como una grave calamidad, y el recobrarla causaba un gran regocijo que compartían de buen grado las vecinas. Sigue leyendo