¿Qué es idolatría ante los ojos de Dios? La idolatría en el mundo cristiano de hoy

¿Qué es idolatría ante los ojos de Dios?

Podemos estar preguntándonos, ¿Qué es idolatría? Dios nos ha dado muchas cosas en esta vida sobre las que podemos derramar nuestros afectos; pero cuando llevamos hasta el exceso lo que en sí mismo es bueno, nos convertimos en idólatras. Cualquier cosa que separe nuestros afectos de Dios, y disminuya nuestro interés en las cosas eternas, es un ídolo.

Los que emplean el tiempo precioso que Dios les ha dado en embellecer sus hogares para ostentación, en seguir las modas y las costumbres del mundo, no sólo están privando a sus almas de alimentos espiritual, sino que también están dejando de darles a Dios lo suyo. El tiempo así gastado en la complacencia de los deseos egoístas podría emplearse en obtener conocimiento de la palabra de Dios, en cultivar nuestros talentos, para prestar un servicio inteligente a nuestro Creador. Si esto disminuye nuestra dedicación a Dios, es idolatría ante sus ojos.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí” —Éxodo 20:3

El primer mandamiento no se transgrede únicamente negando la existencia de Dios o inclinándose delante de ídolos de madera y piedra. Muchos profesos seguidores de Cristo infringen sus principios; pero el Señor del cielo no reconoce como hijos suyos a los que guardan en su corazón cualquier cosa que ocupe el lugar que únicamente Dios debería tener. Muchos se inclinan ante la complacencia del apetito, mientras que otros lo hacen ante el vestido y el amor al mundo, y les conceden el primer lugar en el corazón.

De acuerdo con el uso bíblico, idolatría incluye tanto la adoración de falsos dioses en diversas formas como la adoración de imágenes como símbolos de Dios. El Nuevo Testamento amplia el concepto de idolatría para incluir prácticas como la glotonería —Filipenses 3:19—, y actitudes como la codicia —Efesios 5:5—, lo que está en armonía con el énfasis espiritual en el Nuevo Testamento. El problema de la idolatría era tan grave en la antigüedad que los primeros 2 mandamientos del Decálogo se ocupan en forma muy definida de esta fase de la vida religiosa —Éxodo 20:3-6.

Desde la conquista de Canaán hasta la cautividad babilónica, la idolatría fue una modalidad persistente y desmoralizadora en la experiencia de Israel. La fluctuación entre la adoración al Dios de Israel y la idolatría prosiguió durante el tiempo de los reyes, con frecuencia fortalecida por alianzas políticas y casamientos con paganos (en esos tiempos la batalla contra los ídolos fue encabezada por profetas). Los conversos del paganismo en tiempos del Nuevo Testamento estaban en constante peligro de recaer en la idolatría, por lo que hay muchas advertencias contra ella —1 Corintios 5:10, 11; 6:9; 10:7; Efesios 5:5; Apocalipsis. 21:8; 22:15; etc.

La idolatría existe en el mundo cristiano de hoy

“Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”. (Mat. 4: 10).

Aunque en forma diferente, la idolatría existe en el mundo cristiano de hoy tan ciertamente como existió entre el antiguo Israel en tiempos de Elías. El Dios de muchos así llamados sabios, filósofos, poetas, políticos, periodistas -el Dios de los círculos selectos y a la moda, de muchos colegios y universidades y hasta de muchos centros de teología- no es mucho mejor que Baal, el dios-sol de los fenicios.

Miles de personas que se envanecen de su sabiduría y de su espíritu independiente, consideran como una debilidad el tener fe implícita en la Biblia; piensan que es prueba de talento superior y científico argumentar con las Sagradas Escrituras y espiritualizar y eliminar sus más importantes verdades. Muchos ministros enseñan a sus congregaciones y muchos profesores y doctores dicen a sus estudiantes que la ley de Dios ha sido cambiada o abrogada, y a los que tienen los requerimientos de ella por válidos y dignos de ser obedecidos literalmente, se los considera como merecedores tan sólo de burla y desprecio.

La Biblia está al alcance de todos, pero pocos son los que la aceptan verdaderamente por guía de la vida. La incredulidad predomina de modo alarmante, no solo en el mundo sino también en la iglesia. Muchos han llegado al punto de negar doctrinas que son el fundamento mismo de la fe cristiana. Los grandes hechos de la creación como los presentan los escritores inspirados, la caída del hombre, la expiación y el carácter perpetuo de la ley de Dios son en realidad rechazados entera o parcialmente por gran número de los que profesan ser cristianos.

No haya otros dioses

¿Somos seguidores de Dios, como hijos amados, o somos siervos del príncipe de las tinieblas? ¿Somos adoradores de Jehová, o de Baal; del Dios viviente, o de los ídolos?

Puede ser que no se vea ningún altar, y que el ojo sea incapaz de observar una imagen, y sin embargo que estemos practicando la idolatría. Es igualmente fácil hacer un ídolo de ideas u objetos acariciados como fabricar dioses de madera o piedra.

Miles de personas tienen un concepto falso acerca de Dios y sus atributos. Están sirviendo a un Dios falso tan ciertamente como lo hacían los servidores de Baal. ¿Estamos nosotros adorando al Dios verdadero tal como se lo revela en su Palabra, en Cristo y en la naturaleza, o más bien adoramos a un ídolo filosófico venerado en su lugar? Dios es un Dios de verdad. La justicia y la misericordia son los atributos de su trono. Él es un Dios de amor, de piedad y tierna compasión. Así es como lo representa su Hijo, nuestro Salvador. Es un Dios de paciencia y longanimidad. Si así es el ser a quien adoramos y cuyo carácter estamos tratando de asimilar, entonces estamos adorando al Dios verdadero.

Ciudadanos del cielo

La condición para ser recibidos en la familia del Señor es salir del mundo, separarse de todas sus influencias contaminadoras. El pueblo de Dios no debe tener vinculación alguna con la idolatría bajo cualquiera de sus formas. Ha de alcanzar una norma más elevada. Debemos distinguirnos del mundo, y entonces Dios dirá: “Os recibiré como miembros de mi familia real, hijos del Rey celestial”.

Como creyentes en la verdad debemos diferenciarnos en nuestras prácticas del pecado y los pecadores. Nuestra ciudadanía está en el cielo. Debiéramos comprender más claramente el valor de las promesas que Dios nos ha hecho, y apreciar más profundamente el honor que nos ha dado. Dios no puede dispensar mayor honor a los mortales que el de adoptarlos en su familia, dándoles el privilegio de llamarlo Padre. No hay ninguna degradación en llegar a ser hijos de Dios.

Somos extranjeros y peregrinos en este mundo. Hemos de esperar, velar, orar y trabajar. Toda la mente, toda el alma, todo el corazón y toda la fuerza han sido comprados por la sangre del Hijo de Dios. Si nuestros corazones están unidos con el corazón de Cristo, tendremos un deseo muy intenso de ser vestidos de su justicia. Nada se colocará sobre la persona para atraer la atención, o para crear polémica.  

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