La parábola de la oveja perdida, enseñanza

La parábola de la oveja perdida

En una ocasión Cristo relató la parábola de la oveja perdida usando elementos que eran familiares para quienes le escuchaban. Las extensas mesetas situadas al este del Jordán proporcionaban abundantes pastos para los rebaños, y por los desfiladeros y colinas boscosas habían vagado muchas ovejas perdidas que eran buscadas y traídas de vuelta por el cuidado del pastor. En el grupo que rodeaba a Jesús había pastores y también hombres que habían invertido dinero en rebaños y manadas, y todos podían apreciar su ilustración “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a la que se perdió, hasta que la halle?”.

El valor de la oveja perdida a la vista de Dios

Así como el pastor ama a sus ovejas y no puede descansar cuando le falta aunque solo sea una, así, y en un grado infinitamente superior, Dios ama a toda alma descarriada. Los hombres pueden negar el derecho de su amor, pueden apartarse de Él, pueden escoger otro amo; y sin embargo son de Dios, y Él anhela recobrar a los suyos. Dice: “Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad—Ezequiel 34: 12.

En la parábola de la oveja perdida, el pastor va en busca de una oveja, la más pequeñita de todas. Así también, si sólo hubiera habido un alma perdida, Cristo habría muerto por esa sola. La oveja que se ha descarriado del redil es la más impotente de todas las criaturas. El pastor debe buscarla, pues ella no puede encontrar el camino de regreso. Así también el alma que se ha apartado de Dios, es tan impotente como la oveja perdida, y si el amor divino no hubiera ido en su rescate, nunca habría encontrado su camino hacia Dios.

El pastor que descubre que falta una de sus ovejas, no mira descuidadamente el rebaño que está seguro y dice: “Tengo noventa y nueve y me sería una molestia demasiado grande ir en busca de la extraviada. Que regrese, y yo abriré la puerta del redil y la dejaré entrar”. No; tan pronto como se extravía la oveja, el pastor se llena de pesar y ansiedad. Deja las noventa y nueve dentro del aprisco y va en busca de la perdida.

El esfuerzo es recompensado cuando se encuentra la perdida

Con cuánto alivio siente a la distancia su primer débil balido. Siguiendo el sonido, trepa por las alturas más empinadas, y va al mismo borde del precipicio con riesgo de su propia vida. Así la busca, mientras el balido, cada vez más débil, le indica que la oveja está por morir. Entonces no la reprende porque le ha causado tanta molestia. No la arrea con un látigo. Ni aun intenta conducirla al redil. En su gozo pone la temblorosa criatura sobre sus hombros; si está magullada y herida, la toma en sus brazos, la aprieta contra su pecho, para que le dé vida el calor de su corazón. Agradecido porque su búsqueda no ha sido vana, la lleva de vuelta al redil.

Gracias a Dios, Él no ha presentado a nuestra imaginación el cuadro de un pastor que regresa dolorido sin la oveja. La parábola no habla de fracaso, sino de éxito y gozo en la recuperación. Aquí está la garantía divina de que no es descuidada o dejada al desamparo ni aun una de las ovejas descarriadas del aprisco de Dios. Cristo rescatará del hoyo de la corrupción y de las zarzas del pecado a todo el que tenga el deseo de ser redimido.

Alma desalentada, anímate aunque hayas obrado mal. Dios ha dado el primer paso. Aunque te hayas rebelado contra Él, salió a buscarte. Con el tierno corazón del pastor, dejó las noventa y nueve y salió al desierto a buscar la que se había perdido. Toma en sus brazos de amor al alma lastimada, herida y a punto de morir, y gozosamente la lleva al aprisco de la seguridad.

En la parábola de la oveja perdida, Cristo enseña que la salvación no se debe a nuestra búsqueda de Dios

Los judíos enseñaban que antes de que se extendiera el amor de Dios al pecador, este debía arrepentirse. A su modo de ver, el arrepentimiento es una obra por la cual los hombres ganan el favor del cielo. Y este fue el pensamiento que indujo a los fariseos a exclamar con asombro e ira: “Este a los pecadores recibe”. De acuerdo con sus ideas, no debía permitir que se le acercaran sino los que se habían arrepentido. Pero en la parábola de la oveja perdida, Cristo enseña que la salvación no se debe a nuestra búsqueda de Dios, sino a su búsqueda de nosotros. “No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; todos se apartaron”—Romanos 3: 11, 12. No nos arrepentimos para que Dios nos ame, sino que Él nos revela su amor para que nos arrepintamos.

Cuando al fin es llevada al aprisco la oveja perdida, la alegría del pastor se expresa con himnos melodiosos de regocijo. Llama a sus amigos y vecinos y les dice: “Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido”. Así también cuando el gran Pastor de las ovejas encuentra a un extraviado, el cielo y la tierra se unen en agradecimiento y regocijo.

“Habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento”. Las pobres almas que sienten su pobreza y pecaminosidad, son precisamente aquellas las que Cristo ha venido a rescatar. Los rabinos tenían el dicho de que hay regocijo en el cielo cuando es destruido uno que ha pecado contra Dios; pero Jesús enseñó que la obra de destrucción es una obra extraña; aquello en lo cual todo el cielo se deleita es la restauración de la imagen de Dios en las almas que él ha hecho.

Tratemos siempre de volver a Dios

Cuando alguien que se haya extraviado grandemente en el pecado trate de volver a Dios, encontrará crítica y desconfianza. Habrá quienes pongan en duda la veracidad de su arrepentimiento, o que murmurarán: “No es firme; no creo que se mantendrá”. Tales personas no están haciendo la obra de Dios sino la de satanás, que es el acusador de los hermanos. Mediante sus críticas, el maligno trata de desanimar a aquella alma, y llevarla aún más lejos de la esperanza y de Dios. Contemple el pecador arrepentido el regocijo del cielo por su regreso. Descanse en el amor de Dios, y en ningún caso se descorazone por las burlas y las sospechas de los fariseos.

Si no se lleva la oveja perdida de vuelta al aprisco, vaga hasta que perece, y muchas almas descienden a la ruina por falta de una mano que se extienda para salvarlas. Los que van errantes pueden parecer duros e indiferentes; pero si hubieran tenido las mismas ventajas que otros han tenido, habrían revelado mayor nobleza de alma, y mayor talento para la utilidad. Los ángeles se compadecen de ellos. Los ángeles lloran mientras los ojos humanos están secos y los corazones cerrados a la piedad.

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